miércoles, 3 de diciembre de 2025

MOLINOS GIGANTES

 Este mes el TINTERO DE ORO dedica su reto a homenajear a Terry Prtachett, en concreto a su libro "El color de la magia". Y mas concretamente el reto es escribir un relato de menos de 900, en que aparezca un elemento mágico que cree mas caos que soluciones. se en ocurrió algo y fue derivando en esto. Una de las pocas veces en que empiezo a escribir algo sin saber como acaba. Espero que cumpla la premisa.

 

AQUI podréis encontrar el resto de desatinos mágicos.


 

―Mi señor, deténgase que no son gigantes. Son molinos de viento.

          ―¿Cómo han de ser molinos? ¿No ves que son desaforados gigantes? Ese de ahí primero juraría que es Briareo por cómo mueve los brazos.

          ―Que no, mi señor. Use los anteojos esos que nos dio el alquimista Aflerou, unos a cada uno.

          ―No me harás cambiar de idea, cobarde. Tú no te preocupes que tú no has de batirte. Mira, Sancho, cómo me está desafiando…

          ―Úselos, sino para qué los canjeo por aquellas monedas.

          ―De acuerdo. ―Cogió los antejos que llevaba colgados del cuello con una cuerdecita y se los puso―. ¿Ves cómo son gigantes? ¡Usa tú los tuyos!

          Sancho sacó sus anteojos de la alforja del rucio y se los puso:

          ―¡Válgame Dios! Son Gigantes. ―A estas alturas Don Quijote ya se hallaba a mitad de embestida―. Pero no puede ser… ―Sancho sacó el libro de las alforjas y volvió a ojearlo―. No, no, no… Aquí pone que son molinos. ―Sancho levantó la vista justo para ver aterrizar a sus pies a su señor tras unas decenas de metros de vuelo. A mitad de camino había quedado Rocinante, tras un viaje más corto. Se apresuró a subirse al rucio y lo espoleó sin espuelas―: Corre rucio.

          El gigante lo alcanzó en poco más de tres zancadas. Lo cogió del pescuezo y lo izó a la altura de su cara. El rucio siguió corriendo:

          ―¿Adónde te crees que vas?

          ―¡Suéltale, malan… malandrón ―corrigió Don Quijote, empuñando la espada―. Él solo es un escudero; enfréntate a uno de tu talla.

          ―¡Rucio, vuelve! ―gritó Sancho desde las alturas, preocupado por lo importante, a saber, la manduca y el libro.

          ―Gracias por atacarme. Pero, tengo curiosidad. ¿Por qué me habéis atacado? ―preguntó el gigante depositando en tierra a Sancho, que salió como alma que lleva el diablo tras el rucio, que ya había aflojado.

          ―Porque me estabais provocando, así braceando como un demonio.

          ―Soy Briareo, tengo que bracear

          ―¿Qué te dije Sancho? Más caso deberías hacer a tu señor. Es Briareo ―gritó a su escudero. Luego volvió al gigante y le preguntó―: Y ¿cómo es que no tienes cien brazos?

          ―Bah… Eso son cosas de la mitología, que son unos exageraos.

          En estas llegó Sancho leyendo el libro y negando con la cabeza, pasando hojas hacia delante y hacia atrás.

          ―¿Qué es eso que lees Sancho? ―preguntó, y sin darle tiempo a responder―: ¡Sancho! ¿Desde cuándo sabes leer? ―exclamó estupefacto, olvidando la primera pregunta.

          ―El alquimista me dio una pócima.

          ―¿Adónde os dirigís? ―interrumpió el gigante.

          ―Ah… No habías dicho nada ―contestó al escudero, ignorando al gigante, mientras se subía a Rocinante y reanudaba la marcha. Sancho le seguía sin levantar la cabeza del libro ni dejar de negar con la cabeza―. Estamos buscando entuertos para desfacerlos.

          ―Ah, pues voy con ustedes ―se invitó Briareo.

          Tras unos minutos de marcha en silencio, Don Quijote preguntó:

          ―Y ¿por qué me diste antes las gracias por atacarte?

          ―Porque estaba encantado. No podía moverme de donde estaba hasta que me enfrentara a alguien, pero yo no podía moverme. Tenía que esperar a que alguien me atacara. Llevaba ahí enraizado cuatrocientos años.

          ―Seguro que fue Frestón, el hechicero. Es el que me hace la vida imposible a mí.

          Poco después vieron venir por el camino a dos encantadores que llevaban prisionera a una princesa vizcaína y a su séquito:

          ―¡Alto ahí, siervos de Frestón! ―exclamó Don Quijote plantándose en medio de su camino.

          ―Mi señor, no son siervos de Frestón. Son unos frailes que…

          ―Yo también creo que son hechiceros ―intervino el gigante, que era el centro de atención de los recién encontrados y sus bocas abiertas.

          ―Mi señor, use los anteojos ―dijo mientras él también se los ponía―: ¡Válgame el Señor! Son hechiceros…

          ―¿Ves Sancho? Yo no necesito anteojos ―aclaró mientras se disponía a embestir, adarga en ristre.

          Sancho volvió a sacar el libro, a ojearlo y a menear la cabeza:

          ―Esto no cuadra. No puede ser. No, no, no… Ahora tendría que salir el vizcaíno, el escudero de la princesa.

          Y salió. Tras los oportunos improperios y amenazas Don Quijote despachó a uno de los “hechiceros”, pero cuando se disponía a hacer lo propio con el vizcaíno, se interpuso el gigante. Tomó posición como para usar al escudero de la princesa como pelota de golf, y entonces se escuchó:

          ―Y aquí se acaba el libro ―sentenció Sancho. Todos quedaron petrificados mirándolo―. Ya está. No sé si le faltan páginas, porque no creo que acabe así.

          ―Pero ¿qué estás diciendo? ¿Qué libro es ese?

          ―Se titula “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, y aquí dice que debería ser vuestra merced el que se encargara del vizcaíno, y que ese que ha mandado por los aires es un fraile y no un hechicero, y por supuesto, que el gigante Briareo no debería estar aquí porque es un molino.

          Esto soliviantó sobremanera al gigante, que decidió finalizar el swing y mandar de golpe al vizcaíno a Vizcaya. De una patada en el culo mandó a Sancho junto a su esposa Teresa, a su casa, que se encuentra en un lugar de la Mancha… Y el libro, que quedó en el aire tras el despegue de Sancho, lo capturó al vuelo y sin solución de continuidad lo lanzó lo más lejos que pudo. Casualmente cayó juntó a Cide Hamete Benengeli, autor original de esta historia.

 

 

 

 


domingo, 16 de noviembre de 2025

EL CAMBIO DE HORA, ¿PA CUANDO?

 Este mes Rebeca nos reta desde su blog CRÓNICA DE LA LOCA QUE CAZABA NUBES a escribir un micro de 150 con la premisa de dar vida a un objeto inanimado

Podéis encontrar el resto de animaciones AQUI

 

Damián estaba en su despacho a punto de marcharse. Miró el reloj de la pared. «Las seis, o sea las cinco. Dentro de seis meses volverá a estar en hora. Mañana será otro día.

          ―¡Por favor… ―Creyó oír. Miró alrededor pero estaba solo.

          El día siguiente se repitió la escena con cierta variación.

          ―Por favor, cámbiame la hora. No hagas como el año pasado. ―Damián intento mirar a su reloj de pulsera pero no pudo apartar la vista del de pared―. Mi razón de existir es marcar la hora real. Me condenas a muerte…―Damián no podía apartar la mirada ni moverse un milímetro mientras el reloj le hablaba. Finalmente calló.

          Ya libre, Damián cogió un martillo, se encaramó a una silla pero en el trayecto de descarga de la herramienta, el reloj captó su mirada:

          ―Tú lo has querido. “Génesis 1.1: El primer día Dios creó…”

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martes, 11 de noviembre de 2025

UN CORREO CON VIRUS

Este jueves nos convoca MARCOS desde su blog MARCOS PLANET, a escribir sobre cómo sacar a un personaje de un atolladero, lo mas paralizante posible

 

Podéis encontrar mas atolladeros AQUI

 

        Samuel se bajó del bus tras otra anodina jornada laboral. Entró al portal, se subió al ascensor pero se volvió a bajar para revisar el buzón. Había un sobre de estos de papel de estraza con burbujitas y cierre de solapa tamaño cuartilla. Lo abrió e inadvertidamente, se le cerró la puerta del ascensor que se fue solo para arriba. Acababan de comenzar las desgracias.

          En el sobre había dos tubos de ensayo unidos por su directriz tapados con un único tapón de dos cuerpos; no se podía abrir uno sin abrir el otro. En un tubo ponía “macho” y en el otro “hembra”. Del otro lado ponía “sarscov-3, y dentro de cada tubo había una cucaracha viva.

          Aquella misma semana había oído en algún sitio que las cucarachas no tienen pulmones, así que la opción de sumergirlas en agua no tenía sentido. Es cierto que los tapones tenían pequeñas perforaciones, pero en cualquier caso, el virus mezclándose con el agua y desaguando por el fregadero hasta llegar a Dios sabe dónde, no era una solución válida.

          Optó por el microondas. Le preocupaba un minúsculo muelle metálico que tenían los tapones, pero no se le ocurrió una solución mejor.  A los pocos segundos de ponerlo en marcha, los insectos empezaron una curiosa danza espasmódica que concluyó cuando los tubos de ensayo estallaron. El corazón de Samuel dio un brinco. Las cucarachas empezaron a correr y desaparecieron por las rejillas interiores del electrodoméstico. El dueño del corazón reaccionó yendo a buscar unas de esas enormes bolsas de basura negras y metiendo el microondas dentro. Aseguró la operación de aislamiento con otras dos bolsas iguales, a modo de muñecas rusas.

          Luego pensó, pero no mucho; había que sacar aquello de casa. Bajó con las bolsas al aparcamiento, las metió en el maletero y buscó la gasolinera más cercana. Compró dos bidones de esos obligatorios para comprar combustible a granel y los llenó.

            Se adentró en una de las múltiples fábricas abandonadas que había por el polígono industrial. Abrió las bolsas una a una y vertió todo el combustible dentro. “Made in China” fue lo último que vio del electrodoméstico antes de cerrar la bolsa. Luego echó encima una cerilla encendida que tardó poco en atravesar el plástico y empezar la fiesta.

          Los siguientes dos días no pasó nada. No se perdía un telediario. Iba y venía andando los tres kilómetros que le separaban de la oficina. El tercer día faltaron dos compañeros y el cuarto nueve. Esa tarde, de vuelta a casa, vio que de una papelera asomaba un sobre igual que el suyo. Y sobre un banco en el parque que atravesaba de camino a casa, otro. Aquello indicaba que había más gente que había recibido el mismo sobre. No había sido culpa suya. Eso le permitió respirar tranquilo, aunque no sin cierta dificultad.

 

martes, 4 de noviembre de 2025

FRANCIA CONTRA ESPAÑA

Este mes en el TINTERO DE ORO toca microrelato, y el tema que nos propone M.A.Alvarez es las constelaciones. Es un tema que no domino mucho, ni falta que hace porque es un micro, es cortito, todo el mundo podrá soportarlo

AQUI podréis encotrar las aportaciones del resto de estrellas de la escritura

 

       ­―Fíjate qué maravilla de cielo, Amélie. Me estaría así tumbado contigo toda la noche mirando las estrellas. No tenéis un cielo así en Francia, ¿eh?

       ―Bueno, en Pagí, no.

       ―Aquí, en Barcelona tampoco, ¿eh? No te vayas a creer. Hay que salir al campo para ver algo así, ¿eh?

       ―Ya lo imagino.

       ―Te gusta, ¿eh? En una escala de 9 a 10 ¿cuánto te gusta?

       ―9

       ―De 9 a 10

       ―Ah… pues 10.

       ―Ya te digo. Se fantastic. Se dice así, ¿eh?

       Oui.

       ―Mira, ¿ves esa constelación de ahí? Esa que parece un carro con dos mulas tirando. Bueno, cada mula es una estrella, ¿eh? No es que las estrellas dibujen una mula. Bueno, pues a esa le llamamos “el carro”.

       ―El cago.

       ―No, jaja. El cago no. El carro. Con dos erres.

       ―El caggo.

       ―Noo. Jaja. Bueno, no pasa nada.

       ―Bueno, pues el casso. También pagece un casso, ¿no? ―argumentó Amelie haciendo el gesto de coger un líquido con un cazo.

       ―Aahh… No. El caso era un periódico. Tú quieres decir el cazo.

       ―Bueno ―contestó soliviantada Amélie, que ya había vuelto sin recato al 9―. Es la Grande Ourse. La Osa Mayog, ¿no?

       ―¿La osa mayor? Nooo… ¿Dónde ves tú ahí una osa? ¿eh?


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